Una tarde en el prado [libre]

¿Por qué me encontraba en el prado? No lo sé. Quizás porque mientras caminaba sin rumbo fijo, mi mente divagueaba sobre el último libro de mi autor favorito que acababa de releer: Sueño de una noche de verano.

Escondidas en los árboles, distintas aves trinaban sus voces, llenando la quietud del lugar con sus sonoros cantos.

El lugar era muy bonito, ideal para descansar y despejar la mente si una así lo necesitaba. Simplemente, había que tirarse sobre el pasto, cerrar los ojos, y pensar en nada. Disfrutar del tibio aire veraniego que se colaba por entre los árboles.

Suspiré. En mi mente se formó una imagen que aparecía por allí todo el tiempo.

¡Cómo me gustaría estar en ese mismo lugar, pero junto a quien quisiera de verdad! Vaya que nunca podía sacarme de la cabeza mi verdadero deseo: encontrar a mi príncipe azul.

Volví a suspirar, quitando de mi mente la imagen, que estaba segura que no tardaría mucho más para volver a aparecer, continuando mi lenta autotortura.

A un costado, pude divisar a un arbolito que daba una linda sombra sobre el pasto. Allí me dirigí y me senté debajo. Jugué con un yuyo un rato, hasta que me aburrí. Entonces, me dejé caer sonre mi espalda, quedando acostada sobre el suelo. Sabía que eso no era algo que mis padres aprobarían, pero no me interesaba. En ese momento, solo quería descansar.

Había cerrado los ojos, dejándome llevar por el hilo de mis pensamientos, hacia la nada, hacia un mundo imaginario que cómo me gustaría que existiera.

Estaba tan abstraída que el ruido de una voz femenina dirigiéndose a mí me asustó. Sobre reaccioné, lo admito, puesto que me senté demasiado rápido, lo que provocó que me mareara, por lo que tuve que poner la cabeza entre las piernas. Aquello probablemente se viera extraño, ya que no hubo pausa entre una acción y otra, fue como un contínuo.

Me di cuenta de que reaccionar así resultaba estúpido, la chica que no alcanzaba a distinguir debido a la posición en la que me encontraba, observando el piso, sólo me había saludado.

— ¡Hola! —respondí con la voz débil, debido al mareo —. Perdón que reaccione así, me diste un buen susto —murmuré.

Hacía pequeños círculos con los dedos, masajeando mi sien. Cuando me encontré bien por fin, levanté la cabeza y observé finalmente a la muchacha que había interrumpido la quietud. Era delgada, rubia, bastante bonita y más grande que yo. Un par de años, quizás.

Sonreí cortésmente, un tanto avergonzada por que me encontrara alguien allí y tirada de esa manera sobre el pasto. Aquella sonrisa se transformó en una real al escuchar las últimas palabras de la joven.

— No, yo fui la que se asustó por nada —dije, quitándole importancia—. Me llamo Amelie, ¿y tú? —pregunté, queriendo hacer las presentaciones.

Por suerte la cabeza había dejado de darme vueltas, ahora podría pensar con más claridad.

El sol daba de lleno en mi rostro, molestándome a la vista, por lo que coloqué mi mano sobre mis ojos, en mi frente, haciéndome de sombra.

Nath.

Nath parecía una chica bastante educada, de alto rango, como yo, y quizás un tanto fría. No me preocupé mucho por eso, era normal sentir eso en una primera impresión, sobre todo si pudiera tratarse de una persona tímida, aunque, en realidad ella no me daba la sensación de que así lo fuera.

— Gusto en conocerte, Nath —dije, siguiendo el protocolo. Callé unos instantes, dudando entre hablar o no. Finalmente, me decidí por la primera opción —. Eres nueva por aquí, ¿verdad? No recuerdo haberte visto antes.

Entrecerré los ojos, tratando de hacer memoria. Conocía cada rinconcito de este pueblo diminuto, y no la tenía presente en ninguno de mis recuerdos.

Su contestación fue muy rápida, soltando adjetivos uno seguido del otro a gran velocidad, a tal punto que prácticamente no la comprendí. Mis ojos se abrieron instintivamente, sorprendidos, pero enseguida volví a relajar mi postura, y la sonrisa reapareció en mi rostro.

— Adivinaste —respondí —. Llevo viviendo en este pueblo toda mi vida —agregué, con tono soñador.

El mío era un pueblo hermoso, sin ninguna duda. Tranquilo, llevadero... ¡Oh! ¡Y las mascaradas! Hermosas fiestas llevadas a cabo una por cada estación. Me preguntaba ya cuándo sería la fecha de la próxima...

Mis ojos, perdidos en la nada mientras pensaba, se enfocaron nuevamente en la figura de la muchacha que estaba allí, conmigo, recordándome que no estaba sola. Sonreí nuevamente, tratando de disimular un poco aquellos momentos de ensimismamiento.

— Ah, bueno, y... ¿Te gusta el pueblo? —pregunté, con tal de sacar un tema de conversación. Lo cierto era que me sentía sumamente incómoda si había alguien a mi lado y nos encontrábamos en silencio. Era una especie de manía, aunque sin llegar a serlo realmente.

La observé con curiosidad, y mi sonrisa flaqueó por un momento, convirtiéndose en un gesto quizás un tanto interrogante. No podía evitarlo, era curiosa.

— ¿Ocupada? —pregunté, esperando que no me creyera una tonta entrometida. Lo cierto es que era una chica agradable, y podríamos llegar a ser amigas, o al menos eso es lo que yo pensaba —. Espero que sea lo que sea que te mantenga ocupada no sea algo que te impida disfrutar de un buen paseo —mencioné —. Hay muchas cosas que ver aquí.

Callé unos instantes y miré a mi alrededor. Sí, quizás el bosque no era lo mejor de todo, aunque era un bello y tranquilo escenario natural, pero en el pueblo, por más pequeño que fuera, tenía sus encantos.

— Si gustas algún día te hago un tour, así conoces el lugar —propuse, con una sonrisa algo tímida.